miércoles, 14 de diciembre de 2016

El Código de Manú de Alejo Carpentier



CÓDIGO DE MANÚ
…la verdad les había
sido enseñada por Manú, a
 quien Dios mismo la había
 revelado.
BOURNOUF

Los arios fueron los primeros invasores de la India. Su origen es oscuro; se sabe tan solo
que se establecieron en el valle del Ganges, arrojando de allí a los turanios, hace la
bagatela de 70 siglos -5 000 años antes de J. C., y libraron luchas titánicas para
imponerse a las razas que vivían en esa región. Parece haber sido un pueblo noble y
sabio, y sobre todo, enormemente religioso. Sus primeros ensayos literarios, los Vedas,
serie de himnos sacros que se trasmitían de generación en generación por la tradición
oral, atestiguan una religión sencilla, basada en la adoración de las fuerzas naturales; el
agua, el fuego, las nubes, etc.
Pasaron siglos, y el número de sus dioses aumentó; de 33 llegó a la suma aplastante de
44 millones. El mito rudimentario del origen, concluyó por transformarse después de
variaciones sucesivas en el complicado brahmanismo, y la sociedad aria se volvió una
oligarquía perfectamente organizada, donde imperaban los sacerdotes. En esta época se
calcula que se formó el Código. Según los brahmanes, fue compuesto por Manú;
especie de legendario regenerador de la humanidad, que después del diluvio, les dio las
enseñanzas sagradas que había recibido directamente de Brahma, el dios supremo de la
teología hindú.
Esta recopilación de leyes, la más completa que nos ha legado el antiguo Oriente, está
dividido en seis grandes partes, llenas de preceptos filosóficos, políticos, judiciales y
morales, que son documentos preciosos, pues permiten reconstruir la vida de un pueblo
poseedor de indiscutibles méritos, y de quien no conservamos ningún dato
rigurosamente histórico.
Según el Código de Manú, el estado social de los arios-indios, era verdaderamente
curioso por su sistema de castas. En primer término se hallaban los brahmanes,
sacerdotes y jueces; entre estos, aunque sin ningún poder sobre ellos, estaba el rey.
Bajando la escala social, se encontraban los guerreros, luego los mercaderes o vaisyas; y
al fin considerados al igual que los perros, los sudras o labriegos. No hay ni que
nombrar aquí a los parias, el “non plus ultra” de la ignominia, frutos de las uniones
ilícitas de elementos de diferentes castas.
En esta sociedad, el brahmán tenía todos los derechos posibles; podía apoderarse de los
bienes de los inferiores, juzgar y castigar; pero en cambio, ¡que se atreviese un vaisía o
un sudra a atentar en hechos o palabras contra su divina persona! “Si un sudra designa a
un brahmán por su nombre o por su clase de un modo injurioso, un estilete de hierro de
diez dedos de largo será hundido ardiente en su boca”. “Que el rey haga verter aceite
hirviendo en su boca y su oído, si tiene la osadía de dar a los brahmanes consejos
relativos a sus deberes.”.



Otras víctimas de su legislación, eran las mujeres. Aunque el esposo se entregara a otros
amores, o fuera desprovisto de buenas cualidades, “la mujer debe permanecer virtuosa y
seguir reverenciando a su marido como si fuese un dios”. No le era prohibido a la viuda
el volverse a casar, pero esto se consideraba como un acto vergonzoso. ¡Y si era
adúltera! “el rey debe hacerla devorar por los perros en una plaza pública; el hombre
cómplice de la mujer adúltera será condenado al fuego, que sufrirá tendido en un lecho
calentado al rojo, por una lumbre de bambúes secos”.
Aunque la ley tenía estos rigores, admitía la falibilidad de sus jueces, y dejaba en los
casos difíciles el fallo en manos de la divinidad, dando lugar a algo parecido a los
juicios de Dios de la Edad Media. “Según la gravedad del caso, que se haga tomar fuego
con la mano al que quiera probar, o que se ordene que la introduzca en agua. Aquel a
quien la llama no queme la mano, a quien el agua no la haga sobrenadar, al que no
sobrevenga prontamente una desgracia, debe ser aceptado como verídico su juramento”.
Todas las faltas que no han sido castigadas en la tierra, serán expiadas en el más allá,
durante el período de las transmigraciones del alma, donde hay algo más de igualdad,
pues: “El matador de un brahmán pasa al cuerpo de un perro, de un jabalí, de un
camello, de un paria, según la gravedad del crimen”, pero también “el brahmán que ha
robado oro, pasará mil veces a los cuerpos de arañas, serpientes, camaleones, de
animales acuáticos y de malhechores vampiros”.
Al lado de estos detalles, puramente pintorescos y de gran curiosidad bajo el punto de
vista histórico, hay páginas verdaderamente sorprendentes en el Código, por el adelanto
de sus conceptos filosóficos: son intuiciones algo torpes, pero no menos maravillosas.
En un párrafo desarrolla todos los rudimentos del panteísmo al hablar del dios “que
envolviéndolo todo en un cuerpo formado por cinco elementos, puede ser adorado en el
fuego elemental, en el aire puro, como en el eterno Brahma”.
Y para concluir, citaré un fragmento de Manú, que es sin duda su más espléndida
intuición. Después de decir que la Vida salió del cieno; “pasó sucesivamente por los
vegetales, los gusanos, los insectos, las serpientes, las tortugas, las bestias y los
animales salvajes, hasta llegar al hombre. Los seres adquieren las cualidades de los que
los preceden, de tal modo que mientras más está un ser alejado en la serie, más
cualidades posee”.
Ante esta tosca teoría, cómo no exclamar como Maeterlinck: ¿No es esto toda la
evolución darwiniana confirmada por la geología, prevista hace seis mil años?...

Alejo F. CARPENTIER
La Discusión

12 de diciembre de 1922 [p. 9]

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