A Jorge Luis Borges
IN MEMORIAM
EL GUARDIÁN DE LA BIBLIOTECA
En un solitario rincón de la gigantesca biblioteca de Alejandría, iluminado apenas por la tenue luz que despide una diminuta lámpara de crista a punto de extinguirse, rodeado por una atmósfera de héroes gloriosos y extraños dioses, personajes de guerras soñadas y paraísos perdidos en lo más profundo de su imaginación, silencioso y meditativo, habita el sabio guardián de los secretos del universo.
Su mano izquierda se apoya sobre un alargado y vetusto bastón de cedro finamente labrado, los ojos espantosamente vidriosos, el semblante severamente adusto. Su mano derecha escribe segundo a segundo la historia del mundo y de los hombres, la historia del cielo y de la tierra, la historia del sol y de la luna, la historia de las profundidades oceánicas y subterráneas, en fin, la única y misma historia universalmente humana posible: su historia.
La de él y la de todos sus seres creados; la de él y la de todas las peripecias imaginadas para ellos. Aquella historia albergada entre sus deseos, recuerdos y esperanzas. Aquella historia que escuchó un día de su padre, quien a su vez la escuchó también de su padre y éste del suyo... hasta ir desapareciendo, poco a poco y sin percatarnos realmente de ello, el recuerdo mismo de cuándo comenzó todo... hasta no quedar más que el tortuoso presente circulante y el incierto futuro por eslabonarse, enterrada la historia de su pasado en hechos imposibles de recuperar con total claridad.
La vasta cadena de relatos sucesivos pasados apenas ocupa ahora un estrecho orificio que como el éter, ligero y volátil, no tardará en ascender y pronto dejará en él más perfecto olvido lo que antes, hace muy poco -muchos millones de millones de años antes, sin embargo- fue en su anciana inteligencia, que, a pesar de todo, seguía conservando todavía la moza frescura de sus primeros quinientos siglos de existencia, porque aún era muy, muy joven. Era tan solo un bebe que llamábase sabio con afanosa grandilocuencia. Y, lo peor, y lo mejor también, era que todo eso él lo había inventado y se lo había terminado creyendo.
8 de agosto de 1996